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viernes, 19 de agosto de 2011

EL RABIPELADO

“Les voy a contar un cuento ahora que el agua y el viento traen a la memoria mía cosas que nadie sabía y que yo diré al momento”... ¡Gua!, disculpen, no es ese el cuento... Les voy a narrar algo más trágico que esas coplas en donde el esposo asesina a los amantes in fragantis que años después el hijo justifica y pide que sea perdonada la madre para finalmente el viejo pedir “perdón al hijo y el hijo le dio el perdón”.
Nuestra historia va por el mismo camino que nos lleva a un poblado de nuestra hermosa geografía: Cagua en el Estado Aragua, aquí mismito en Venezuela. Esa madrugada las horas que transcurren son nocturnas. Vamos en grupo con nuestros “porsiacasos”. Caminamos alegres por esos parajes solitarios... Mas de pronto un par de lucecitas que se interponen entre nosotros y nuestro destino. La detención es inmediata. Las miradas se aguzan, los músculos se tensan, la adrenalina se dispara (esto último lo sé es ahora). Nos colocamos en orden de batalla, relucen las linternas (las de los que teníamos) e iluminamos aquellas fijas luces. Inmediatamente los brillos se mueven hacia un árbol cercano y lo trepan con agilidad de rabipelado. Eliseo es el valiente elegido que se trepa tras él. Le siguen «Tony» y «Yoryi» con una sábana que utilizarán como red para la captura. Los demás nos colocamos estratégicamente lejitos. (Alguien comentó antes que su carne sabía a pollo, por lo que imaginaran la razón de la cacería... Hoy me pregunto: ¿quién lo iba a sacrificar? ¿Quién a quitarle la piel? ¿Quién a prepararlo? ¿Quién a cocinarlo, dónde y cómo?... Preguntas que están sin respuesta).
Ahora viene la parte más espeluznante de toda: una vez encima de las ramas nuestro amigo comienza a azuzar al animalito para caiga sobre la trampa tendida. Inesperadamente el rabipelado se voltea y sus ojos brillantes caminan hacia Eliseo, quien gatea de retroceso y con temor. Pero vino quién sabe qué y nuestra caza cae en la sábana. De inmediato todos gritamos de alegría y pedimos a los “redseros” que la cierren (sólo tenían que unir las cuatro puntos hacia arriba). «Tony» hizo su parte con la velocidad del sonido: juntó esquinas y las subió por encima de su cabeza. Ni corto ni perezoso (porque era rabipelado) el animalito corrió y saltó por el otro extremo, no sin antes con sus brillantes como advertencia y dientes prestos mostrar su determinación de escapar...
Lo que ocurrió después no me lo crean, aunque yo estaba presente, pero así me lo contaron: «Yoryi» al ver aquella enorme fiera ir hacia él abrió los brazos en cruz con las puntas de la sábana en sus manos, reculó unos cuantos pasos en reversa y soltó la susodicha (todo esto a la velocidad de la luz y en plena oscuridad)...
Aún hoy en día sueña con un par de ojitos que se fijan en él y unos dientes afilados que le sonríen…