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domingo, 19 de septiembre de 2010

II - CUENTOS E HISTORIA

Un camión triste...
Al igual que antes y al igual que después, trabajo en equipo: nos separamos estratégica-mente... cada uno ocupó su lugar...
Fue al comienzo de la noche. El intermedio una veloz carrera, calle y escaleras... Al final con algo de susto celebramos nuestra aventura un poco cansados, pero felices... Pronto se verían los frutos: estaríamos protegidos de las lluvias y de las inclemencias del Sol (mientras estuviésemos debajo). Su peso sólo para los fornidos, aunque cada uno la llevó sobre sus hombros y espalda... La excusa: éramos adolescentes...
La subida era el principio. Un amplio espacio nos escoltaba hasta la cumbre.
Espacio estrecho no peligroso, pero que dejó ingrato recuerdo. Precisamente por ahí, con la obligación de ir uno tras otro y sin opción a desvíos, sufrimos su desahogo flatulento irrespetuoso a compañeros y amigos, a la naturaleza, al aire fresco que hasta ese momento habíamos respirado.
Una de las noches en la montaña. Nuestra primera subida. Momento en que se ocultó el sol. El amigo Eliseo sentado en alguna parte (dicen las malas lenguas que lloraba por su amor dejado en la ciudad). Vino el día y había pasado el guayabo.
Misterios de misterios: se perdió la leche condensada… Finalmente se supo cómo fue a dar hasta el riachuelo. «Makibo» y Roberto dieron a conocer la historia: formaban parte de ella.
Un momento desagradable. Discusión. «Yoryi» y Sutil acompañan a «Gorilón» hasta la mitad del camino, de regreso, solitario, a casa con su morral de una tonelada: Benjamín no continuó con nosotros.
Niños de nuevo. Juegos emocionantes. Corrimos, saltamos, nos lanzamos. ¿La estrategia? Evitar que nos quiten el pañuelo. ¿El fin? Apoderarnos de la bandera contraria. ¿Triunfadores? Todos fuimos felices.
Cargados de equipaje. De nuevo al Naiguatá. Otros compañeros y amigos. «Ñaño», el que podía con todo, el Hércules: - Yo llevo esto… Yo puedo con aquello… Dámelo, aquí cabe… Los primeros pasos en la subida, nuestro Sansón delegando parte de la carga, sus pies se agrietan y le dificultan el ascenso… Cumplió, «Ñaño» al final cumplió. Llegamos a «El Refugio». ¡Alberto, controla a tu Hulk…! ¡Alejandro, estate quieto…! Todos reímos...
Vamos cuesta arriba. Hora del desayuno. El chef prepara con la harina para arepas algo que aprendió en la Isla de Margarita. Todos esperan el resultado… Faltó el desayuno… Por cierto, hubo una comida en donde nuestro chef serviría unos exquisitos espaguetis… de nuevo se pasó de largo la sana alimentación… Bueno, siempre hubo cafecito…
Otra noche. Nos curucutean la comida. Un cuchillo y una mano que vuelan por los aires. Los frena la mesa y el apuntado huye en veloz carrera… Miguel ha fallado el tiro. El ratoncito «Miguel» se salvó… Sí, con sus colores blanco y durazno.
... No lo divulguéis, yo era el chef.
Aquel día, aquel en que «Tony» se nos perdió entre un puente y unos matorrales. Día en que al llamarlo nos respondía desde la oscuridad: - ¡Ya voy que no consigo mis lentes…! Y nos preguntábamos: - ¿Cómo llegaron sus lentes hasta allá? Alguno comentó: - Es que tiene un malestar y buscó donde desahogarse… – Los encontré, los encon… No, no eran los lentes... La mano sobre algo pastoso.
Vamos en camino. Es «Tony» nuestro guía hacía Agua Amarilla. Temprano comenzamos la caminata. Ni un árbol para la sombra… Media mañana, falta poco para la llegada… - Una vez que pasemos esa loma que se ve allá… Casi mediodía, nos falta menos, una vez que pasemos aquella loma… El sol alumbra desde el oeste, una loma más y estaremos en nuestro objetivo… Caminamos un poco, un camión en sentido contrario… Le damos las gracias al conductor por habernos facilitado el regreso.
Una tarde con el placer de la conversación. Intercambio de ideas, comentarios, iniciativa de subir de nuevo a El Ávila… Por allí mismo, sin ir muy lejos, por Macayapa, Frailes de Catia. Un paseo espontáneo sin suministros ni morrales ni siquiera agua. Hasta el amanecer… Contentos les llegó la noche. Les llegó el frío. Les llegó el momento de volver a casa...
El autobús nos lleva a Cagua, Estado Aragua. Por el camino en su arrancada, un pasajero cercano a la puerta trasera desaparece. Dentro del transporte todos gritan: - ¡chofer...! ¡chófer, párate que se cayó uno…! Nuestro compañero de bus se levanta en la lontananza y nos alcanza de nuevo.
Una noche. Amenas charlas a la puerta de donde nos alojamos. Vecinos se acercan a conversar con nosotros. La policía pasa a lo lejos. Vecinos que corren, la patrulla que se detiene y se dirige a nosotros. En tropel hacia el interior de la casa… Desalojados y de regreso a Caracas… Por supuesto, esperamos el amanecer por allá, por fuera, en la lejanía, en una carretera a la espera del autobús… Fue divertido todo… ¡Claro! cuando nos echábamos los cuentos.

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