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domingo, 19 de septiembre de 2010

A LOS ALEGRES CAMINANTES

Los 70s fueron años de desencanto. Aquella juventud  thermoencéfala que pregonaba el amor  y la paz en los 60s con canciones supradecibélicas que todos odiaban, pero que cantaban todos; esa misma juventud que se vestía con retazos de arco iris mientras dibujaba la geometría sicodélica de la inconformidad bordeando el rostro de  Jesús, cayó vencida por el sistema o desmemoriada por los artilugios del  imperio.
Éramos  casi niños  cuando  sobrevino  la  debacle. Por el amor y la paz iniciamos una batalla tan solo por sobrevivir.
Así que nos cortamos el pelo hasta el mínimo y rompimos con todo lo hippie, pero nunca estuvimos conformes.
Había demasiadas cosas que no parecían estar bien y nos hacíamos interrogantes que parecían molestar al status quo:
¿Era la cultura un privilegio o un factor de identidad?
¿Era la educación una acción libertadora?
¿Por qué se daba tan poco valor al trabajo creador del campesino o del obrero?
¿Por qué…?  Bueno, aunque las cosas no hayan cambiado mucho desde entonces, en  esos días tenían más sentido que ahora.
Lo cierto es que esas inquietudes, para no llamarlas motivaciones, nos hizo pensar, razonar, debatir y compartir las ideas.
Así nacieron los grupos y centros culturales.
Bien.  Un grupo cultural,  ¿para qué?
¿La identidad nacional?  ¿La música y el folklore? ¿El teatro…?
La música y el teatro permiten difundir el mensaje, pero la música popular despertaba demasiada desconfianza  (porque  el rock se perdió en un ataque de locura y la balada se volvió protestataria), y los instrumentos eran caros y difíciles de ejecutar. El teatro era prometedor, pero era una herramienta que no sabíamos manejar.
Había que investigar, estudiar, practicar, buscar, partiendo de nada y sin recursos. Pero,  ¿con que objeto?
Visto así parece un postulado político; y  a pesar de que todo lo social es político, en aquel movimiento no había ningún interés partidista.
Los dirigentes de derecha lo miraban con recelo y ponían todos los obstáculos posibles; los de izquierda criticaban y descalificaban con envidia tratando de pescar en aguas turbias sin resultados. Por supuesto, hubo gente  de uno y otro lado que ayudó resueltamente con honestidad.
En todo caso, no es mi intención a estas alturas develar los principios filosóficos de aquel movimiento sociocultural, aunque los hechos demuestren que teníamos razón.
La mayoría de aquellos grupos culturales adoptaron las danzas tradicionales como herramienta de trabajo; otros,  la música y unos pocos  el teatro. Pero el teatro,  además de lo que ya mencioné, tenía  otras  dificultades: no teníamos infraestructuras, no teníamos actores; la literatura universal ofrecía casi ninguna obra útil para el teatro popular de calle y no existían técnicas  adecuadas para el desempeño de este teatro.
Más aún: el teatro como tal, estaba en manos de élites que no tenían ningún interés de ceder  espacio. Y menos a nada popular por muy noble que fuera.  Pero alguien dijo por ahí (ustedes saben  quién) (*): “Creo en los poderes creadores del pueblo…”
Me encontré con Los Alegres Caminantes (ya no caminaban mucho, pero eran alegres), en un curso que supuestamente debía formarnos como técnicos y animadores (?) para la difusión del teatro popular.
Como ellos andaban buscando lo mismo que yo, me hice alegre caminante  de inmediato.
Creo que Orlando Marquina y Ricardo Vargas hicieron lo mismo que yo.
Hoy, quizá mis palabras provoquen risas, pero  estoy seguro que aquella hermandad comprometida y fiel, fue un terrible dolor de cabeza para un montón de intelectuales y políticos enfermos de total estupidez, incapaces de ver más allá  de la talanquera que suponían, protegía sus intereses.
Vi el trabajo teatral de Los Alegres Caminantes en la escuela “Miguel Antonio Caro”, por primera vez.
En mi opinión aquello no era teatro, etimológicamente hablando: era un juego interactivo entre la improvisación del actor y la complicidad del público asistente.
Pelé los ojos llenos de asombro: ¡Eso era!
No tenía que seguir buscando: ¡Los Alegres Caminantes lo habían inventado!
Sólo había que sistematizar aquella forma de hacer teatro y construir el modelo con la debida seriedad, porque estábamos obligados a romper el paradigma establecido por inútil y reinventar el teatro para los sectores populares.
Los Alegres Caminantes crearon con su trabajo inspirador una escuela en la que nos formamos todos. Con esa piedra fundamental se construyó el paradigma del teatro popular que el grupo Ven Conmigo puso en las calles, en las plazas, en las veredas, en el cielo abierto de toda Venezuela por más de 20 años.
Creo que Alejandro Casona y Josefina Pla, Aquiles Nazoa  y Pirandello, deben estar satisfechos.
Reconocido y por escrito, hermanos. Gracias por tanto camino recorrido.
Mi pueblo todavía tiene mucho que dar…    (Alí Primera).
Ángel Antonio Argüello
Caracas, Venezuela, septiembre 2009
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(*) Aquiles Nazoa (Nota del autor)

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